viernes, 26 de febrero de 2010

Creo que me estoy volviendo cebolla.

Sabes lo que me haría feliz, hija?
No, papá
Que hicieras sólo lo que te hace feliz.

Entonces, esa niña hacía patinaje, era pequeña y no competía, pero en su mente, era la mejor patinadora del mundo, la más bonita, la más elegante y la más perfecta. La que bailaba sólo si los patines iban en sus pies.
Luego esa niña decidió que quería ser bailarina, y entonces su papá se levantaba temprano a comprarle todo lo que necesitaba, a peinarla, a esperar durante tres horas en una sala pequeña mientras su hija bailaba y era feliz. Se sentía feliz.
La niña pudo serlo todo, gimnasta, bailarina, patinadora, incluso trapecista si ella así lo hubiese querido. La niña podía hacerlo todo, porque para todo ponía su alma.
Pero esa niña creció, su papá ya no la apoyaba como antes, y comenzó a perder el interés.
Hasta que llego al cheerleading. Hasta que su papá volvió a emocionarse al verla sobre un escenario, porque fuera sola o acompañada, el sólo veía a su hija en los escenarios. Sólo a su pequeña, a nadie más.
Y la niña comenzó a brillar, de a poco, tal como hace varios años atrás, por sus ganas, su entusiasmo y por su esfuerzo. Pero al mismo tiempo su papá comenzó a olvidarse de que era él quien debía acompañarla, porque era lo que el quería que ella hiciera. Que brillara.
Sin embargo, todo empezó a empeorar cuando la niña le dijo que no quería superar a nadie, que no era lo que le interesaba. Que si tenía un rival, era ella. Que era contra ella contra quien debía luchar, no contra las demás niñas.

Recuerdas eso, papá?
Por qué ya no te veo sonreír cuando brillo?
Papá, yo ya no brillo para tí, cierto?

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